viernes, 26 de marzo de 2010

Del Hacer al Ser – por Marcos Peña Sensei



Cuando realizamos un movimiento de Aikido, a nuestro cuerpo le exigimos unidad, mente, cuerpo y espíritu tiene que ser uno, a fin de no “hacer” con el otro sino de “ser” con el otro. Sin embargo, jamás podremos ser, si únicamente nos limitamos a repetir patrones de movimientos corporales cuya finalidad única es “hacer” y no sentir o ser. Es necesario tomar conciencia de lo que es el movimiento corporal para saber encontrar esa necesaria unidad. Cualquier movimiento que realizamos mínimo o máximo, involucra la función osteomusculoarticular, el tono y la adaptación muscular, la función cardiorrespiratoria, y es indisoluble del psiquismo que lo produce en sus diversos aspectos, afectivos, intelectuales, racionales, inconscientes. También están íntimamente involucrados los componentes hereditarios, lo genético y lo biológico, como improntas imposibles de modificar.

Las influencias culturales, la topografía y el clima determinan también estilos, modos posturales y formas de andar. Todo movimiento y toda actitud corporal, compromete a la personalidad íntegra del individuo.

También, en esta dinámica queda involucrada la quietud, lo estático a la vista, el no movimiento visible.

Tanto en las actitudes posturales como en el modo de movernos se manifiesta también el pensamiento, el deseo, la necesidad, impartiéndose como un producto del psiquismo, y un factor de construcción de éste. Sin embargo, es necesario tener presente que las manifestaciones subjetivas del psiquismo citadas con anterioridad son un lastre para lo que tiene que ser el movimiento “vacío” que debe originar el Aikidoka.

Es por eso que el movimiento en Aikido debe estar basado en un proceso de autopercepción, que conlleve a un conocimiento de los propios procesos corporales, haciéndonos consciente de “como” debemos organizarnos en función de la necesidad percibida en el momento del contacto y como esa organización actitudinal va dando cuenta también de una postura psicológica, afectiva, emocional, esto nos permite deducir cuantos aspectos de la personalidad se manifiestan en el cuerpo y como se influencian desde el abordaje corporal, y que es lo que debemos de eliminar.

El cuerpo hay que comprenderlo como un objeto autoreferencial vinculado a la subjetivación.

Una actitud postural incorrecta, lleva consigo un movimiento corporal inarmónico y provoca la sobrecarga de partes corporales, o se mantiene determinados patrones corporales con tensión innecesaria, si es sostenida en el tiempo, acaba produciendo no solo efectos negativos para la salud corporal sino también sensorial, y una vez creada en hábito lleva consigo como efecto la desconexión con el compañero perdiendo este su labor de sentir, para tener que “hacer” y seguir una pauta prefijada para autodefinirse como “buen” Uke.

La toma de conciencia de una postura con una tonicidad armónicamente equilibrada permite:

■Conseguir el equilibrio de nuestro órgano esquelético, éste funciona como “sostén interno”, esta íntimamente ligado al funcionamiento neuromuscular, aprovechando el transporte de fuerzas y la resistencia a la gravedad a través de sus estructuras para economizar fuerza muscular.

■Restablecer y armonizar las funciones vitales de nuestro cuerpo, tomando contacto con la Sensación-Percepción-Emoción, con la actividad neurovegetativa, y su indisoluble nexo con los estados afectivos. Todos estos factores resultan condicionantes de “lo postural”, como pauta previa a la realización de un movimiento armónico.

■Tomar sentido de las funciones de la piel, como reguladoras del tono, como límite y continente del espacio corporal, esencial para el contacto y el vínculo.
■Habitar el espacio interno y la tridimensionalidad mediante la respiración abdominal.

La postura armónicamente equilibrada se sirve de la conciencia corporal, como vía de acceso a la vivencia integral de si mismo, desde las sensaciones y percepciones que se van despertando a partir de la propiocepción, esa mirada interna que nos devuelve a modo de espejo otra vía de reconocimiento, integrando así el conocimiento que se adquiere por la experimentación, con la información que se adquiere por vía intelectual, “el saber, el sentir y el comprender” en un mismo plano integrativo.

Cada experiencia en si misma facilita el autoconocimiento fomentando la capacidad de observación consciente, detectando necesidades, despertando interrogantes como canales de búsqueda. Esto permite encontrar nuevos recursos y modos mas creativos de realizar una técnica, afianzando los logros y desarrollando un sentimiento de confianza en si mismo. Autoafirmando el YO y asegurando un sentimiento de mismidad.

El Aikido exige una postura saludable, una organización psico-biomecánica del cuerpo que pueda ser sostenida sin esfuerzos ni forzamientos, que no provoque dolor e incomodidad. También que permita un “Estar Disponible”.

Los hábitos posturales para una práctica armónica pueden modificarse integrando en uno mismo patrones de estado y movimiento que impliquen sensación y equilibrio, libertad y ligereza sensorial, premisas que deben ser guiadas en la practica desde la voluntad y la conciencia.

La corporalidad en Aikido se organiza en relación a las fuerzas gravitatorias, antigravitatorios, en un espacio, un tiempo y un contexto de acción (ataque-defensa), negativamente influenciadas en su mayoría por factores motivacionales de hacer o necesidades tanto internas como externas (quedar bien o hacerlo bonito).

El representar movimientos corporales en apariencia armónicos que llevan a la repetición de patrones establecidos desde premisas ilógica y contraria a las funciones de psicomotricidad naturales y consustanciales al ser humano, lleva al fracaso sensorial y perceptivo, pues nuestra psique se halla alojada únicamente en repetir lo mas fiel posible un patrón corporal ajeno, sin darle importancia a lo que realmente pide “nuestro” cuerpo.

Si nuestra sensación corporal se haya en una tonicidad armónicamente equilibrada, nuestro cuerpo se moverá con unicidad. Esta forma de moverse, de estar y de ser, lleva a la economicidad en cuanto a uso de fuerzas, construyendo así, “el cuerpo disponible” para realizar, lo que yo denomino, acción espontánea individualizada.


El estar consciente dentro del movimiento permite que los pequeños o grandes cambios que vamos adoptando, ocurran de un modo no mecánico ni imitativo sino natural y original.

Es por ello que debemos entender que nuestro movimiento corporal es parte constitutiva de la identidad de nuestra practica como manifestación sincera de nuestro ser, y es fundamental en la construcción de un YO verdadero.

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